CORAZÓN DE CARTÓN

(metáfora)

Historia de un corazón

que de tanto dar amor

al no recibir respuesta

perdió su rojo color.

Ya no siente llamaradas

de ternura y de pasión,

y lentamente se vuelve

en viejo y pobre cartón.

Las emociones sentidas

en un tiempo que pasó,

la fuerza de sus latidos

no laten al mismo son.

Ya no siente las heridas

sangrantes en su interior,

solo quedan cicatrices

que no producen dolor.

Solo el frío que lo envuelve

de soledad y silencio,

que apenas se oye el latido

de ese corazón enfermo.

Y ya se va inmunizando

por las tragedias del mundo,

que se van diluyendo

en lo más hondo y profundo.

Se siente solo y cansado

y viendo el correr del tiempo,

percibe que ya se acerca

al oscuro y frío invierno.

El corazón lanquidece

y pierde el rojo calor,

ya no siente como antes

pues se ha vuelto de cartón.

Maruja Murcia, agosto 2018

 

EL TIEMPO

Es el tiempo, ese torrente impetuoso
-como el agua que sin vida-,

escapa en la primavera

desde la cumbre más alta.

-Deshielo que hostiga al silencio-

y le aturde con gritos de triunfo,
incrédulo, como si un campo yermo,
se sintiera, de verdor, manchado.
Que hostigado el hielo en la tibieza
por la luminosidad del cielo,

como elección exclusiva, liberó

su esclavitud de cadenas.

Que fueron hacinándose gotas
las que unidas con empeño,
lograron tras ser crisálida,

por fin, sentirse libertas.

Y todas a una corren,

como del limbo a la tierra.

Igual el tiempo, como una gota de agua,
se arrebuja a toda existencia

donde luminosa, ella se muestra
cuando comienza la vida.

Es el tiempo que madura

dentro del cuerpo y el alma,

arrendador del disfrute

que sin distracciones anda.
Tiempo ensimismado y silente
tal como la gota de agua,

a la que se pretende agarrar con avaricia
para más horas, más vida...

pero la vemos impía,

evadirse como el tiempo,

de entre las manos que aprietan
con impetuosidad, a la nada ...

y allá van, siguiendo sin mesura
tiempo y agua, y las vidas todas,
las que con docilidad y asombro
miramos pasar, silentes y raudas.

Elena Pini