UNA
HISTORIA DE ENSUEÑO
Autora
Teresa Prats
A menudo me resulta difícil conciliar
el sueño y el insomnio revoluciona mi mente. La tenue luz de las
farolas de mi calle, filtrándose por la ventana del dormitorio me
revela que estoy despierta y el tic tac del despertador me recuerda
el paso inexorable del tiempo. Los recuerdos se amontonan en el
desván de mi memoria y desfilan, torpemente desordenados. Una serie
de escenas se suceden como en el film de una película de la que soy
inevitablemente protagonista.
A pesar de que han transcurrido muchos
años - más de cincuenta - los recuerdos de mi infancia, asoman casi
siempre y me sitúan a mi niñez, en una Barcelona gris, de
mediados de los años cincuenta del siglo pasado. En un barrio
donde la industria y el comercio eran una fuente de recursos para
muchas familias de origen humilde que se trasladaron a la gran ciudad
en busca de trabajo.
Yo vivía en una calle, de mucha
animación. Aunque era poco ancha, para el tráfico que recibía; en
ella transitaba un autobús que comunicaba los barrios de Pueblo
Nuevo y El Clot. Popularmente, lo llamaban La Catalana. Durante el
día, abundaba la circulación de camionetas que descargaban
mercancías en las tiendas. Pero a partir de las 8 de la noche, sólo
el citado autobús circulaba, - uno de ida y otro de vuelta,
finalizando su horario a las 22 horas. A partir de entonces, sólo
se podía oír los pasos apresurados, acompañados del golpe del
bastón del Vigilante y también, del Sereno, que velaban por la
seguridad del vecindario y, en muchas ocasiones prestaban ayuda en
casos de avisos por enfermedad o algún que otro percance. Llevaban
llave maestra de los portales de las casas.
En verano, cuando el calor había
calentado las paredes y los tejados de las casas, y el fresco no
entraba por las ventanas o balcones, algunos vecinos, sobre todo
mujeres – los hombres preferían reunirse en el bar a jugar a las
cartas u otro juego de mesa – bajaban a la calle con una silla o
banqueta. Al estar cerca del mar, corría una brisa agradable, que,
junto con el abanico proporcionaba un alivio a la sensación de
bochorno. Mi madre no tenía esa costumbre. Quizá porque teníamos
un gran balcón y estar en el primer piso, no muy alto. La recuerdo
sentada, de espaldas, detrás de una persiana que descendía por la
baranda. Hacía poco que mi padre había muerto y, pasábamos por
una crítica situación.
Yo, bajaba a la calle a jugar con mis
colegas – mi madre los llamaba la camarilla – lo pasábamos muy
bien. No había coches, ni bicicletas ni motos, nada. La vía era
toda nuestra. Los juegos eran de toda índole, pues nos mezclábamos
los niños con niñas. Pero había uno en que participábamos todos
entusiásticamente, la comba. También correr y atrapar. Terminábamos
sudados y los padres que vigilaban, nos hacían reposar de vez en
cuando. Nos sentábamos en el bordillo de la acera junto a ellos.
Mientras
descansaba, acalorada, mis piernas estiradas, después de una larga
carrera, jugando al escondite, escuché a la señora María, la
abuela de mi amiga Rosita, que murmuraba sobre una muchacha, llamada
Mercedes. La Merche – así se hacía llamar - era hija única,
tenía una mercería en la misma calle. En aquel entonces tendría
unos 30 años y las malas lenguas ya le pronosticaban que sería una
segura solterona pues, además su físico era muy poco agraciado. Sus
ojos eran salientes y sus dientes muy preeminentes. Como el oficio
de mi madre tenía que ver con costura, era cliente de la mercería
y mantenía muy buena relación con Merche.
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Estoy emoçionada esperando el final del relato.....La primera parte,muy tierna,y unos recuerdos maravillosos...Rapidooooo el final👏
ResponderEliminarHasta el proximo capitulo Maite
ResponderEliminarIntriga y espera tratando de imaginar el final , conociendo tus dotes sé que nos vas a sorprender , Sabes que te admiro ¡ porque tú vales mucho Querida Teresa . Gracias por todo lo que dejas en la Tertulia .
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